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XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, “B” (Gn 2, 18-24; sal 127; Hbr 2, 9-11; Mc 10, 2-16)

Enviado por Unknown el sábado, 3 de octubre de 2015 | 10:14 p.m.


 
 
P. Ángel Moreno de Buenafuente.

CREADOS A IMAGEN DE DIOS 

Siempre me parece extraño que el Creador se dé cuenta, después de crear al hombre, de su necesidad de que lo colocara en medio del jardín y de que le encomendara la tarea de poner nombre a las cosas y de relacionarse con otro ser semejante. Y Dios, al ver que Adán se aburría y que estaba triste, dice, según el texto bíblico: -«No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude» (Gn 2, 18).

Sin duda que estamos ante uno de los pasajes más ricos para introducirnos en el estudio de la antropología, pues nos revela el anhelo insaciable del corazón humano en relación con su sed de amor y su necesidad de ser amado.

La biología marca una ley complementaria, que se realiza en el trato del varón y de la mujer. “Al principio de la creación, Dios "los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne". De modo que ya no son dos, sino una sola carne. “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.” (Mc 10,9; Mt 19,6)

La Biblia consagra la relación matrimonial como vocación sagrada. De tal forma que cuando Dios quiere revelar a su pueblo el amor que le tiene, tomará la imagen de los esponsales, como la más próxima a la verdad del amor divino: “Dios es amor”. “Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa” (sal 127).

Sin embargo, teniendo en cuenta la afirmación del autor de la Carta a los Hebreos - “Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte” (Hbr 2, 9)-, desde la afirmación que leemos  en el relato bíblico de la creación, de que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, siendo el rostro del Hijo único de Dios el modelo en el que se fijó el Creador para hacer al ser humano, cabe intuir que la soledad que experimentó Adán no era por error divino, sino huella de la imagen del que elevado en la Cruz no tiene otra relación posible que su Padre.

El matrimonio es expresión del amor divino, pero a su vez, las relaciones humanas dejan experimentar el límite de la soledad, que no puede complementar ni la tarea de poner nombre a las cosas -ejercicio de dominio-, ni la alteridad semejante. Solo Dios es complementariedad gozosa y plena.

En la soledad del primer hombre se detecta la razón de la experiencia agustiniana: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Y de la enseñanza teresiana: “Solo Dios basta”.
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